Un día, Sonriza llegó a un sitio que no estaba nada mal. El Consejo de Sabios del Reino de Portapán. Hacía lo que le gustaba, estaba con gente amable y espabilada, y encima le pagaban. ¡Qué maravilla! ¡Qué orgulloso estaba el mundo, su mundo, de ella! Allí ella florecía más y más.
Por dentro seguía con sus sueños rotos. Un poco vacía, un poco triste. Quizá caminaba y llegaba tan lejos porque huía de algo, pero no sabía de qué.
Entonces, conoció a un príncipe. Aún no sabemos si era azul o no, pero llevaba una brillante armadura y se prodigaba por aquellos lares. Tenía algo aquella armadura. ¿Sería un caballero o un hombre de hojalata? ¿Qué corazón había dentro de aquel envoltorio?
Pronto, nuestra Sonriza se despidió de sus seres queridos, y se trasladó al reino de aquel caballero. Parecía que la luz volvía a iluminar su sonrisa, que su corazón latía con más fuerza.
Aunque no recibía noticias de su anterior mundo, y las hermanas del Caballero Incógnito le miraban por encima del hombro, Sonriza seguía allí, en aquel reino, porque era feliz. Quizá no feliz del todo, aunque eso nunca se sabe, pero sí más feliz que antes. Y siempre estaba en Consejo del Reino, donde seguía siendo una autoridad, y también llenaba muchos días.