–¡Qué buena noticia le daremos al presidente del Reino! Está al caer. Nuestra técnica de traslaciones espacio-temporales ha devuelto a este universo a la Gioconda, tras un análisis exhaustivo del problema. ¡Maravilloso!– Desi estaba exultante.
–Sí, maravilloso. Sé distinguir entre izquierda y derecha.– le dijo Sonriza. –Ya veo que aquí hay nivel.– Jafar miraba un poco con vergüenza ajena, tratando de indicar que eso no iba con él.
–No seáis tan humilde: no es lo mismo una traslación levógira que dextrógira. Te pueden llevar a universos totalmente distintos. Recuerdo una vez, en la Misión Puerta del Mar, que acabamos apareciendo en un universo donde los animales campaban a sus anchas. Tuvimos que emplearnos a fondo para volver a nuestro universo incólumes. Y todo fue por un fallo en los cálculos, un signo de nada. ¡A donde te lleva un menos en lugar de un más!– decía ufano Desi.
–Sí, seguro que os metisteis en algún zoo o algo por el estilo.– Sonriza apuró la petaca. Aquel par de energúmenos iba a requerir mucha paciencia.
El presidente del reino les felicitó por activa y por pasiva por haber recuperado el cuadro y parte del museo, y que nadie hubiera desaparecido en la traslación espacio-temporal. Desi estaba henchido de la emoción, y nadie parecía darse cuenta de que no había pasado nada, de que aquel lío lo había montado el propio Desi en un arrebato de celo por su oficio. O a saber, esos cerebros en punto nunca se sabe en qué extraños vericuetos se mueven.
Al menos, estaban en París. Jafar nunca había estado en París, así que se tomaron la tarde libre y Sonriza, que había estado 5 veces (en su viaje de graduación, con el caballero oxidado, con el espantapájaros…) aprovechó para hacer de cicerone, y mostrarle los rincones de aquella ciudad.
Sin saber por qué, la ciudad de la Luz tenía ahora un color distinto, una magia al verla con los ojos asombrados e inocentes de quien nunca había estado allí, o quizá de quien la había visto con la persona errónea. París no sólo es una ciudad: es una actitud.
Pasearon por Belleville, subieron a la torre Eiffel (lo que costó convencer a Jafar para que no se pusiera imanes en los pies y manos y subir por fuera de la torre. –Las vistas serán mejores, ¡anímate!– le decía mientras ella lo sujetaba para que no saltara la barandilla. Y sí, en la mochila había imanes. Tenía que conseguir que dejara esa mochila por un rato).
Terminaron viendo anochecer desde Montmarte, con Jafar obnubilado por las vistas y la compañía, y Sonriza disfrutando de una paz distinta esta vez.
Entonces, Jafar sacó de la mochila una magdalena, una velita, la encendió con un terrible dragón en miniatura, y le cantó dulcemente «cumpleaños feliz«.
-No creías que se me iba a pasar así como así. Elige de tu mochila el regalo que quieras. Porque yo, contigo, ya tengo el mío.- le dijo Jafar en voz baja.