Sonriza partió a la lucha. Cegada por las lágrimas, roto el corazón, destrozada por el dolor y, pese a todo, resuelta a plantar cara, a vencer o morir. A llegar más lejos, más alto, más fuerte.
Le acompañaba gente, miembros del Consejo de Sabios. Había entrado de nuevo en su reino de origen, en su antigua casa. Mas el tiempo y la distancia habían hecho que todo fuera distinto: las casas, los árboles, las personas, las familias, todo era de un gris desvaído, fantasmal, como una pesadilla dentro de un laberinto. Y seguía caminando hacia el monstruo, con la determinación que da el miedo y la rabia. Rodeada de gente, pero sola como una polilla en la oscuridad revoloteando hacia la luz.
La lucha fue terrible. Porque hubo dos batallas. La primera, la batalla contra el terrible monstruo. La segunda, la batalla interior de Sonriza luchando contra ella misma. En la primera, tras mucho dolor y llanto, tras mucha guerra y muchas bajas, el monstruo se retiró hacia el inframundo, del que nunca debía haber despertado. Dejó tras de sí un rastro de desgracia y desolación, y un miedo permanente a que pudiera volver, pues el monstruo, herido, estaba vencido pero no derrotado.
Todo había cambiado para Sonriza: volviendo a su casa para encontrar el cintajo gris de un camino de baldosas ajado, desastrado; un mundo gris con un recuerdo triste, heridas y cicatrices dondequiera que mirara, y el regusto amargo de un hombre de hojalata sin corazón. Sin el apoyo de quienes ella había amado.
Pero lo peor fue la otra batalla, la interior. La batalla que Sonriza ganó y, a la vez, perdió. La batalla que la dejó vacía por dentro, con la mirada perdida, con el corazón desfallecido, con las lágrimas en su rostro, con la esperanza huida, en busca y captura. Con todo su mundo patas arriba. Estaba a un paso de abandonar.
¿Crees que Sonriza se rinde y abandona, o continúa buscando un rayito de sol en su rostro?