–¡Sonrizaaaaaaa! ¡Tenemos nuestra primera misioooon!– Jafar entró en tromba, de nuevo sin avisar, en la habitación de Sornriza. Por suerte, esa noche había decidido dormir con un cómodo traje de buzo.
–Haz las maletas. Nos vamos a París. Tenemos una misión.– dijo Jafar, algo más tranquilo. –Ah, la Ciudad de la Luz. Incluso podré practicar francés: «J’ai perdu ma plume dans le jardin de ma tante». Controlo que no veas. Por cierto, hay un tema que no te he contado, no quiero que te sorprenda. Tenemos que empezar a contarnos nuestros secretitos.– Jafar puso su cara de pícaro.
–A ver con qué me sales hoy. Últimamente, estás hecho una caja de sorpresas. O más bien, una mochila. Un día te la voy a revisar y voy a sacar de ahí todo lo que no sea imprescindible.– le dijo Sonriza.
–Bueno. Ha muerto gente en ese vano intento, pero allá tú.– Le avisó Jafar. –De hecho, mi aviso va por ahí: tengo un miedo cerval a los viajes. De hecho, cuando vine la primera vez a verte, tardé 2 semanas en decidirme a salir, 5 en llenar la mochila, 6 en elegir barco o avión, y dos cajas de ansiolíticos con una botella de Ribera de Duero. Era de litro: no me dio tiempo a bebérmela entera en el vuelo. La tengo en la mochila. ¿Un traguito?–
–Bueno. Déjame a mí, que yo te cojo de la mano y te meto en la bodega del avión, con los perretes. En el espacio nadie oirá tus gritos.– Sonriza se iluminó con su mejor sonrisa siniestra. Parecía que hasta tenía ganas de meterlo en la bodega, con un cuenco de comida de perro y una botella de Aquarius por la diarrea, pero alejó esos pensamientos de su cabeza. –Y, ¿cuál es la misión? Será algo importante, algo que afecte a la seguridad del reino. Yo no me muevo por menos.–
-¿Seguridad del reino? ¡Seguridad el mundo! Ha desaparecido la Gioconda, todo un misterio que puede tener repercusiones internacionales. El Reino de Francia acusa al Reino de Rusia, y podría estallar la guerra. Han pedido a los mejores cerebros de cada reino, y en el nuestro te han elegido a t… nos han elegido a nosotros.– titubeó Jafar tratando de que Sonriza no se diera cuenta de su balbuceo. –Debemos salir presto para allí. Voy a por la mochila. Tengo que añadir el piano a la lista. Y el diccionario de francés, y flores para el soldado desconocido, y…– Jafar se adormeció, mientras Sonriza sostenía la jeringuilla con cloroformo, mientras abría la puerta de la jaula porta perros, el mítico transportín, homologado para viajes aéreos. Supuso que en la mochila habría algo de comida para animales 🙂 .