Érase una vez una niña muy lista y espabilada que se llamaba… Sonriza. Nuestra niña estaba llena de curiosidad y felicidad, a partes iguales, y decidió que quería explorar un poco el mundo. Así que cogió dos vestidos, su peluche favorito, las Standard Mathematical Tables y un despertador, y se hizo a la mar.
Como era verdad que era muy lista y espabilada, comenzó a despertar la admiración de todos los que la rodeaban. También alguna envidia. Pero ella seguía brillando como la estrella que era, y la gente quería.
Sonriza tenía buen corazón, y también buscaba el amor. Pero costaba encontrarlo en aquel mundo. Conocía mucha gente buena, pero ella, soñadora, buscaba un Príncipe Azul que la cogiera de la mano, durmiera con ella y le susurrara cuentos al oído. Mas el Príncipe no aparecía, al menos entre la gente buena. Así que seguía caminando.
Un día llegó, muy lejos y muy alto, admirada por todos pero con el corazón triste. Triste por no encontrar a nadie que la comprendiera, triste porque también quienes la rodeaban reclamaba su cariño y su sacrificio, a cambio de casi nada, y poco a poco su corazón se quedaba vacío, su alma delgadita como una tenue nube. Y su cabeza seguía tirando de ella, cada vez más lejos.
Cada vez más lejos, cada vez más sola, cada vez más admirada y con el corazón tan perdido como la mirada, daba conferencias antes los sabios, que la agasajaban, mientras buscaba un príncipe azul, una mano tendida que no encontraba.