Tras la capitulación y el armisticio, se ha dejado de verme por los prostíbulos y los garitos de mala nota donde medía mi resistencia al alcohol y a los puñetazos con cualquiera que tuviese una dignidad dentro los mínimos establecidos en estos patibularios antros. Supongo que lloran mi ausencia las cariñosas meretrices que antes me jaleaban, pero la vida cuesta y esta vez me ha pasado factura.
Ahora que me he vuelto un triste ya no te follo ni en sueños, ni añoro tus discursos etílicos al viento mientras me sujetas la cabeza para vomitar. No hay lado salvaje, tan sólo cálida trinchera. No quedan ganas de onanismo a tu salud ni a la de ninguna, y es que la vida cuesta.
Miro por el visor y sigue el mefítico paisaje plagados de cadáveres, entre alambradas y fosos y bermas y bastiones y humo y metralla y heridas.
No me quedan ganas de ti.