Mi mente bulle como el vacío cósmico a nivel cuántico. No hay manera de ordenar la información, las ideas, los sentimientos.
Asoma el dolor de los errores, mientras en el teléfono acabo de despedir a un periodista que no entiende un no por respuesta. Como de costumbre, hoy es un día de mierda, pero siempre hay un capullo que consigue, sorprendentemente, empeorarlo.
Por tanto, en ese bullir de ideas se me acaba de venir todo abajo, y lo más reciente arrincona a todo lo demás.
Me equivoqué contigo. Lo peor fue conocerte, lo peor fue descubrirte en mi mundo, ese mundo duro, áspero, de trabajo sucio y decisiones arriesgadas, de vida descarnada y resolutiva, tan poco que ver con las series de televisión y la vida descafeinada. Me equivoqué conociéndote, creyéndote, amándote. Porque yo, aquí y ahora, tan fuera de lugar como un mercenario en la Scala de Milán, tengo que decirle al corazón que la puta cabeza tenía razón.
Me equivoqué porque no luché por mis sueños; si lo hubiera hecho, quizá tú y yo, entre lugar y otro tiempo, hubiésemos podido hacer algo grande. Pero no luché por mi cielo, y me acostumbré a pasear por el infierno, donde perdía, al entrar, toda esperanza. Ahora, en la superficie, sin esperanza y con todas las heridas y todo el equipaje, llevo demasiado peso en la mochila como para poder salir a flote y tumbarme en la playa, despreocupado, a tu lado.
Soy emocionalmente inservible. Antes de emprender esta aventura, esta odisea, esta epopeya, quizá me hubiese escondido en tu vida, en tus pliegues, en tus tetas; quizá hubiese podido acallar esa llamada salvaje, atávica que me hace desconfiar de quien se acerca con una sonrisa amable. Supongo que no hubiera podido silenciar esa voz. Demasiado tiempo en el infierno, en el otro lado, en el lado oscuro. Demasiados patrones cerebrales ya insertos en mi corteza como para empezar a aprender. Sólo me queda el desierto.
Por eso ahora todo duele tanto. Porque no sé si meterte en mi vida ha acabado por desmontar el mundo que me rodea, ha acabado por sembrar la iniquidad y la injusticia. No sé si hubiese cambiado algo el que yo no emprendiera mi aventura equinoccial, si no hubiese salido del infierno a tratar de predicar la paz en este mundo raro. No se puede entender el lujo y los oropeles cuando has salido del arroyo.
No sé por qué hoy duele tanto, quizá será por haber tomado conciencia, una vez más, de que tú no eres quien creía, y de que no tengo nadie a quien confiarle mi corazón.