Hace 3, 4, 5 años estaba en un momento extraño. Con mi carrera y mis expectativas profesionales en un muy buen nivel, habiendo alcanzado todos los objetivos canónicos y ortodoxos que me había propuesto, me di cuenta de que estaba subiendo una montaña que no era la mía. Quizá era la que todos esperaban que subiera, tal vez no tuve valor de escalar el monte de mis sueños; hazaña, locura necesaria para poder darse cuenta de lo que uno tiene que aprender, de que perder es imprescindible para poder perder con estilo.
Hace un tiempo decidí dar un paso importante, y me presenté para ser alcalde de mi pueblo. Es más: acabé siendo alcalde de mi pueblo. Y eso me hizo descender por la pirámide de Maslow hasta el mismo fondo. Paulatinamente se ha ido blindando el plano emocional, inconscientemente dejo aparte, enterrados, muertos varios sueños y esperanzas de una vida mejor, desviando recursos para seguir avanzando hacia otro puerto. Economía de guerra, planes de contingencia. cabezas de puente y toda la jerga que llevan ciertos ruidos de sables o ametralladoras.
Y no me apetece Marwan o Luis Ramiro, no me apetecen tus abrazos ni escribirte sobre la espalda ni abrazarte. No me apetece una nueva vida porque sobre mi horizonte asoman sombras onerosas, tambores lejanos, gritos de batalla que apremian y urgen a la defensa, al ataque, a la estrategia. Y los sentimientos se han borrado, el deseo, el morbo, la lascivia, la esperanza… Sólo queda manual y táctica, mientras trato de ver una estrategia que permita la disrupción.
Pero me faltas tú, me falta que me faltes tú, me falta que bajes de un Huey con pantalones militares ajustados, oliendo a pólvora, con una amplia sonrisa y escote generoso, y me saques de este infierno, me lleves al país de nunca jamás.