Ayer estuve por allí, uno de mis Ítacas preferidos. Siempre soñé con perderme en aquel inefable tráfago empapado de soledad y anonimato, de melancolías, penumbras y sueños bohemios, de mujeres con caras de porcelana y mirada ausente que prometen todo.
Y ayer, tras mucho tiempo sin hacerlo, volví a pasear un poco por Madrid. Demasiado poco, demasiado viejo estoy ya para soñar, pero noté a Madrid algo más viejo, unos 15 ó 20 años más viejo que la última vez en que nos amamos, en que nos prometimos tristeza eterna.
Tendría que volver, de otra manera, de otra forma, para volver a enamorarme de Madrid y volver a soñar. Pero ya estoy viejo para esto. Otro sueño más que enterramos, y van… demasiados.