Escribo esto dictándole al teléfono. Madrid me mata, como siempre, como nunca. Y hoy, nada más pisar sus calles, o mejor dicho, su metro, me ha asaltado, me ha tomado una gran tristeza, una suerte de melancolía o de dolor de corazón, de hidropesía, no lo sé, quizá porque todas las caras que veía no me traían ningún recuerdo, ninguna esperanza, ningunas ganas de darle una patada a este cascarón vacío y empezar de cero.
Al final todo se ha desleído, se ha difuminado como los jirones de un mal sueño, de una buena pesadilla en la que, por fin, te alcanzo para dejar de verte, para perderte para siempre. Ya lo digo demasiadas veces, y creo que nadie entiende el sentido: tú no eres tú, sino otra, y yo… a estas alturas ya no sé quién soy yo.
Yo no sé si te buscaba, si te encontré, si me agarré a ti como a un cabo en medio de una tormenta, en medio de un naufragio. No sé si eras lo que necesito, si eres lo que necesito, si necesito algo, si lo que necesito es perderlo todo para valorar lo que tengo. Ahora mismo saldré a tus calles, caminaré por ellas, con los mordiscos del frío, con las luces, aún lo recuerdo, aún te recuerdo, aún te imagino, saltando en cada esquina, en cada edificio, en cada árbol, en cada escaparate. En todos y cada uno de los rostros de Madrid, que me recuerdan a ti,sin saber quién eres.
Aunque puede que el problema sea que no sé quién soy yo, que se equivocó la paloma, creí que el mar era el cielo y todo eso. Creí que tú eras tú, e intente abrir las puertas de tu corazón. Pero ya lo dije anteriormente, no tenía suficiente dinamita. Así que me dejé llevar por la corriente y aquí estamos, en medio de la nada. Explorando este planeta inhóspito, helado, oscuro, alejado de todos los sitios que conozco.
Buscando si tu corazón encaja con el mío.