En la soledad de la noche ya soy incapaz de dibujarte, de imaginarte, de conseguir poner a cero mi cuentakilómetros y poder dormir al sol. Ya no queda esperanza. Ya no duele Quique, y los gintonic no son anestesia suficiente.
A veces uno asiste a esas epifanías inconcebibles, en los que asumes ciertas derrotas irrefragables, ciertas renuncias vitales. Ya todo está perdido, a uno no le queda más remedio que olvidarse de tus ojos y tu cama, y emprender el largo camino a ninguna parte.