En este país somos expertos en dejar pasar los trenes. Cada vez que hemos tenido una posibilidad de cambiar todo esto, de salvarnos, de evolucionar como país y como sociedad, nos ponemos en manos de facinerosos, ineptos y egoístas que dan al traste con todo lo que nos podía salvar.
Será que leo a Reverte demasiado, y me ha contaminado con su pesimismo , a veces cínico y canalla. O será que me levanto todos los días y miro a mi alrededor: periódicos, televisión, radio. Basta con caminar por las calles para darse cuenta de que tenemos el país que nos merecemos, que no nos salva ni la Santísima Trinidad.
Esto se cura viajando o leyendo, pero últimamente los viajes se han convertido en experiencias donde sólo queremos las comodidades occidentales mientras vemos desde la terraza con aire acondicionado Luxor o Nepal. Disney sería un interfaz perfecto con el mundo: no queremos visitar sitios, queremos experiencias. Nunca nos mezclamos con la cultura original ni compartimos sus problemas, nunca cambiamos de paradigma. Nos traemos a casa las fotos mientras hemos seguido viviendo como en nuestras casas. 5 estrellas Todo Incluido.
Lo mismo pasa en nuestro día a día, en lo cotidiano. Sálvese quien pueda, ande yo caliente y ríase la gente, dame pan y dime tonto. Nuestro refranero, nuestra historia está repleta, desde que el mundo es mundo, de ejemplos de nuestro egoísmo cainita. Pero ¿para qué leer? Mejor seguir viviendo de el de enfrente y siendo licenciado en gramática parda. Suele ser más fácil, se vive mejor.
Por eso uno a veces se cansa de bregar contra la corriente, contra la masa pegajosa que se apunta a la algarada y al trago de vino. Mejor dejarse llevar por la corriente, y asistir desde donde se pueda al espectáculo final donde todos huyen al grito de «¡Huid, huid, que viene el coco!». Siempre se nos ha dado muy bien contar cadáveres y buscar chivos expiatorios.
(Curioso que todo esto lo haya provocado un libro sobre sistemas operativos, «En el principio fue la línea de comandos«).