Falcó

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El sábado por la noche empecé este libro, «Falcó», de Pérez-Reverte, y me lo leí sentado en la cama de un tirón. Me dormía a las 4 de la mañana (claro, al otro día no salí ni a correr ni a almorzar, aunque lo del almuerzo se va a acabar por prescripción facultativa).

La novela, sin ánimo de destriparla, se pasea por el escenario de la España de la guerra civil, y describe de vez en cuando el estado de las dos partes, de las dos Españas. Tengo que reconocer que, al leerla, muchas de las historias que me contaban mis abuelos y algunos mayores sobre la guerra las veía plasmadas en aquel libro: todo aquello pudo haber pasado. De hecho todo aquello, y cosas peores, pasaron a otras personas. Para aquellos que tenemos cierta edad, hemos tenido padres o abuelos que nos han contado cómo les fue en la guerra.

Pero al leer la historia, muy de acción y muy resultona, empezaron a parecer, empecé a recordar síntomas de aquella guerra, de aquella república, cuando todo hacía presagiar el marasmo pero nadie hizo nada por pararlo: debería haber habido muchos huevos para eso. Y me viene a la memoria ciertas actitudes, ciertas peticiones, ciertas tonterías elevadas al rango del genialidades por reyes desnudos y súbditos aquiescentes. No hemos inventado nada, todo esto ya nos ocurrió: dos extremos afincados en el populismo y en el discurso fácil, dispuestos a pasar por las armas a sus semejantes sólo por no estar en su bando.

Llevamos 30 años haciendo méritos para esto. Con un extremo siempre con la misma cantinela y el mismo paso de la oca, y una izquierda pacata y moderada que ha permitido los enjuagues, cuando no se ha subido al carro de la corrupción. Razonable que ahora todos busquemos cerillas y gasolina, y maldigamos a los políticos de carrera, «de bien»: se lo han ganado a pulso.

Pero nunca la solución estuvo tan lejos de las ofrecidas, intransigentes e irreales: dejarlo todo como está o romperlo todo. Lampedusa lo reflejó en el Gatopardo y, desde la Revolución Industrial, hemos ido asistiendo a episodios recurrentes de revoluciones sobre la sangre de los pueblos para dejarlo todo como está, para encumbrar a usurpadores. Nunca se ha denostado ni denigrado tanto a quienes tienen la solución menos mala.

Tampoco nunca hemos estado tan sobreinformados, tan manipulados: somos blancos de una guerra de desinformación, de insultos, de mentiras, de falacias. Miedo, duda e incertidumbre sembrada con el único objetivo de derribar al contrario al precio que sea, sin respetar mujeres, niños o ancianos. Estamos repitiendo la historia, no hemos aprendido nada.

No permita la virgen que tengas poder sobre lágrimas, egos, haciendas.