De los retales de una vida sale una canción y de los sueños rotos en el corazón, de ese amor perdido del que no queda nada.
No hay nada como alejarse para tomar perspectiva, para darse cuenta de que donde estoy no es donde quería estar. Eso sigue siendo válido para cualquier lugar a donde vaya, quizá sea esa mi maldición.
Y ahora que tengo menos sangre dentro de mí y un poco más de desesperanza no dejo de preguntarme si todo vale la pena, qué vale la pena de todo esta, de esta dulce condena. Tan sólo me retienen un par de razones y la sensación de que ya es tarde. Tarde. Pero no hay justicia poética.
Sigo derramando este tiempo tan preciado, tan precioso, que se acaba. Sigo deseando que me salves, porque yo ya he demostrado, por activa y por pasiva, que soy incapaz de hacerlo. Que, en cualquier situación, haré lo que debo, nunca lo que deseo. Y así me va.
«Pero, si me domesticas, mi vida resultará como iluminada». Quizá entonces pueda brillar como realmente soy.
Contando días, minutos y horas para afrontar un nuevo reto.