Vicios inconfesables

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Tengo la desgracia de que me gusta leer. Demasiado. Me encanta el tacto del papel, la cordialidad de los libros, mejor cuanto más ajados, más usados. Me gustan los libros con pasado.

Siempre leo con diccionario. Suelo usar uno rescatado de la basura, al que le faltan las últimas páginas (no puedo buscar palabras que empiecen por la V). A veces leo en inglés, aunque soy demasiado perfeccionista y cada página me cuesta demasiado. A veces leo demasiado deprisa las obras modernas, y siempre me refugio en los clásicos, en los que dominan el idioma mejor que yo, en los que reflejan el pasado y la vida en las películas de antes.

Odio al traductor traidor y, cada vez más, detecto pésimas traducciones del inglés (no domino otros idiomas tanto como para detectarlo) y ha habido libros que los he llegado a aborrecer por este motivo.

Uno de mis favoritos es Shakespeare, por el dominio del idioma (siempre que el traductor sea bueno), pero también por la épica descripción de la tragedia humana. Estaba con una edición argentina de Macbeth de 1964, pero he encontrado una edición en mejor estado de diversas obras, y he comenzado con «El rey Lear».

Y empiezas a darte cuenta de ciertas cosas. De que el hombre siempre ha sido lo mismo, lobo para el hombre. Que en 400 años nuestra sociedad, el poder, la tragedia, la ironía, la bajeza y la abyección humana no ha cambiado lo más mínimo. Que a los ciegos los guiaban los locos antes y ahora. Que seguimos siendo los mismos animales egoístas y cainitas que sólo sobrevivimos como sociedad porque es la solución estable que surge del caos. Nada ha cambiado en 400 años, en 2000 años si lees a los clásicos, en 10000 años si pudiéramos leer algo de aquella época.

Traición, defección, iniquidad, egoísmo, lujuria, celos, asechanzas, corrupción, conjuras, perversión, crueldad, ambición…todo sigue igual de podrido en Dinamarca. No hemos aprendido nada.

Tirando de manual. También los clásicos tienen las respuestas a las incógnitas y soluciones a los males.