¿Y qué podemos hacer salvo seguir caminando,
seguir dando la cara a quien nos ama y nos denuesta;
pelear, bajar los brazos, resignarse tanto a la derrota como al triunfo que todo restaña, que todo borra;
luchar por algo, por nada, por nadie, por nosotros o por los nuestros,
por quienes no conocemos sino por lejanas fotografías olvidadas en cajones repletos de sueños abandonados;
soñar, dormir, tal vez vivir,
intentando llegar dos pasos más cerca de la nada,
intendando quedarse en ese lugar donde ahora hemos abierto nuestra cálida trinchera y,
ahora más que nunca,
deseamos descansar hasta morir?