Me gustan las matemáticas recreativas. Sobre todo aquéllas que te hacen pensar sobre lo que nos rodea. Me gustaría considerarme un experto, aunque supongo que disto mucho de eso.
Y, dentro de esa disciplina lúdico festiva, me encanta la teoría de juegos. Básicamente consiste en evaluar las estrategias posibles que maximicen las ganancias (o minimicen las pérdidas) de un jugador. Claro, que puede haber más de un jugador, juegos de suma cero (o no), la cantidad de información disponible…
La teoría de juegos se ha aplicado a la empresa, a la guerra, a la economía, a la ecología. A la supervivencia. Y resulta que eso de poner la otra mejilla no suele ser una estrategia óptima. Ojo, eso no significa que ser bueno se pueda considerar un error. En un mundo ideal, con seres inteligentes, ser bueno es la estrategia óptima. El problema es que siempre hay cenutrios egoístas que tratan de aprovecharse de los buenos, de las buenas acciones, e inclinan la balanza. Para los malos en un mundo de buenos, esto es el paraíso pero, claro, nos hacemos todos malos. Y las ganancias caen hasta hacer de esto un infierno. Está demostrado matemáticamente.
Así que hay que buscar estrategias subóptimas: hacer algo que maximice las ganancias (o minimice las pérdidas) en un entorno donde el egoísmo hace perder los papeles.
Así que ahí estamos: tontos perdidos. Y de ti, mejor ni hablar. Lo dejamos para otra.