Acaba mi viaje de reencuentro, que no ha servido más que para huir de mí un rato. Ahora, de vuelta al tráfago y al ajetreo cotidiano, a la ordenanza habitual de los partes de guerra y las listas de bajas.
Al menos acabo de sacar ciertas enseñanzas, o eso espero. Ciertas ganas para seguir dando la cara y peleando, simplemente saber que hay cosas que uno puede cambiar, y otras no. Inútil llorar por lo que no se puede cambiar, porque no tiene remedio. Lo que se puede, ya es cuestión de decidir si quiero hacerlo o no, si el precio es suficiente o no. Sí se ha perdido un poco de suavidad, un poco de corazón tras pensar mucho que hay que ser lobo, serpiente o sicario. Triste tener que acabar con todos ellos, pero es el único lenguaje que funciona por ahora, hasta haber exterminado ese linaje.
Y en cuanto a ti, quizá lo mejor es asumir que no hay salvación posible, que no lees mis mensajes ni mis señales, que de poco sirve seguirte si nunca miras hacia atrás. Que tendré que plantearme seguir otro camino, otros amaneceres. Con el corazón blindado y un par de tragos para seguir navegando, recalar en otros puertos, en otros cuerpos. No buscarte con la esperanza de un día encontrarte, o que me busques. Hay errores que no terminas de pagarlos nunca.