Tras todos estos días de sequía busco y encuentro un tiempo y un espacio para escribirte, quizá sólo para escribir, que acaba siendo un lenitivo para el alma, un vómito del corazón, una fiesta de versos, que no de besos. Lástima.
Sigue la incertidumbre de todo y de todos, quizá porque tú eres cada vez más cierta, cada vez menos, otra vez quedamos como amigos, el dolor no es algo recíproco.
Lo que tengo asumido estos días es que ya nadie ni nada me salva. Esto no tiene remedio. Y por más lejos, más alto, más fuerte que me veáis no soy yo, no soy el que quiero ser, no estoy donde quisiera estar.
No sé si el culpable soy yo, que no me quiero salvar, que no me dejo. No sé si eres tú que no vienes porque no existes, porque tú no eres tú y nada de lo que me digas me servirá. Quizá sea yo, que nunca me quise salvar, que nunca vi el amanecer en tus caderas ni en tu boca, que me equivoqué buscando el corazón entre tus tetas, son cosas que pasan y te atropellan y luego vete a buscar los papeles del seguro.
Ya no sé si te encontraré, si vendrás a mí algún día con estos errores de táctica y estrategia que me llevan a huir de todo para ver si te encuentro en donde el sol nunca sale, donde siempre llueve en los corazones de los borrachos de las tabernas del puerto.
Siempre equivocado, siempre llegando aquí por caminos errados, siempre renegando de Ítaca, deseando que tú seas tú y me salves y yo me deje salvar, y poder leer y escribir y oír y ver y no sentir este dolor infinito que me atraviesa todos los días que no te veo, que no te oigo, que no te siento aunque tú ni mires ni hables ni leas ni sientas nada por mí.
Y tú sin querer verlo, y tú sin quererme, mirándote el culo en cada escaparate. Sálvate tú.