Este terrible baño de realidad me está haciendo entrar en «modo guerra». Básicamente se van blindando los sentimientos y las emociones, se van cerrando puertas y ventanas, levantando muros parapetos murallas barricadas empalizadas y alambradas («No quiero la amistad, la amistad causa dolor«). Quedándose solo en la noche paseando por el adarve, sabiendo que estoy solo («Tengo mis libros y mi poesía para protegerme«). Pensando en las viejas historias que me contaban sobre la guerra de Marruecos algunos viejos, ya oscurecidos por la ventisca de la memoria. Solo.
Sin ganas de ti ni de nadie. Sólo con ganas de llegar lo más entero, lo más indemne al otro día, pensando en este «mejor tú que yo», tratando de poner las luces largas (gracias, Emilio, siempre os debo varias) y ser el dueño de la carnicería que se avecina. O al menos salir vivo.
Me vuelven a entrar ganas de leer a los clásicos, pero no sé si lo haré. También necesito hablar, necesito un páter que me limpie las heridas de guerra que surcan el alma, quizá necesito una Turbe para llorarle en medio de la borrachera lo gilipollas que soy, lo que he destrozado en esta vida, lo mal que le monto. El que ya no seas nada, no sé si por mi culpa o por la tuya o por la de esta guerra sorda que destroza hombres y corazones.
Ya ni siquiera sé si tú eres tú, ya ni siquiera sé si yo soy yo.