Hoy le daba vueltas a esa necesidad de asideros que tenemos. A buscar ciertos espacios comunes, inmutables, que nos aten a algo en la vida. Quizá por eso nos relaja el mismo paisaje, las mismas personas en nuestra vida. Abrir la ventana y observar la misma calle, esa dosis de aburrimiento justo para no volverse loco.
Aunque a veces yo deseo que cada día sea distinto, y que las ciudades y las caras vayan cambiando sin tiempo a acostumbrarte, a conocerlas, a enamorarte. Mejor correr más que el mundo, que la vida, permanecer ajeno e impoluto. Supongo que pronto me aburriría de esto.
Por eso entiendo quien ve por una ventana la misma imagen, día tras día: las mismas ventanas, los mismos carteles, los mismos montes cubiertos de niebla (these mist covered mountains). Sirve de estabilizador, de ancla, de soporte vital básico frente al mundo que nos golpea toda la mañana. La dosis justa de monotonía para que el mundo tenga sentido.
Aunque en días como éste sigo echando de menos a Holly Golightly, y perderme en su mundo de caos y amor sin límites.