Acabo de llegar a Valencia. Día extraño, porque no era lo esperado para hoy. Pero un entierro en Albacete ha cambiado todos los planes, y me salgo de la rutina.
Conduciendo en la mañana, nublado, casi irreal. Recordándome, no sé por qué, a los viajes por Europa donde se recargaba la esperanza, donde todo era mejor y había posibilidades de que todo se curara. Echando de menos aquello, echando de menos poder cambiar.
Y casi durante todo el viaje no he dejado de pensar en ti. Dándome cuenta de mis errores, de mi error. De que realmente no vales la pena. De que mi avería es terrible, muy cerca de aquel 1996 donde todo empezó. De que no me curarás, de que no hay redención en ti. Aunque, lo más lógico, es que los problemas sigan en mí, de que necesite algo otra vez para poder empezar de nuevo. Lamentablemente, esta vez no eres tú.
Volveremos a nuestra dosis de irrealidad, hoy es un día largo, ésta será una semana eterna y el horizonte sigue perdido. Épica, necesito épica en vena (o alguien que cuide de mí).