Fue una sensación
como de estar perdido en un bosque,
en una gran ciudad.
Una suerte de desamparo inefable.
Quizá fuera porque entonces no te conocía.
Quizá fue esa sensación
de querer perderme en tus brazos,
de preguntarme cómo olería tu pecho,
tu pelo, tu almohada,
de colgarme de tu risa.
Quizá fue esa sensación de querer cobijo,
de esconderme del mundo,
de reflejarme en tus ojos,
en tu corazón,
perdernos en París
mientras nuestros ojos se buscaban.
Quizá era que no te conocía
y la esperanza enarbolaba confiada su bandera.
Pero tú no eras tú sino fuiste otra,
y no hubo risa donde colgarse
ni pecho en el que cobijarse.
No había nada
salvo el vacío que dejó tu desdén, tu indiferencia.
Olvidé desear perderme entre tus labios,
dejé de sufrir y de sufrirte,
dejé de querer quererte,
comencé a temerte,
a bendecir la mala suerte que tuve
de poder no conocerte.