Desde que no nos vemos

en

Desde que me embarqué en esta aventura equinoccial
he perdido la libertad, la ilusión y los papeles.
Perdí las ganas de verte y de amarte,
hasta de echarte de menos.
De conocerte,
de enamorarte,
de odiarte y escucharte y suplicarte.
Perdí las ganas de acariciarte el pelo,
de escribirte en la espalda,
de ser polizón sin pacotilla en tu vida,
de imaginar tu habitación y tu terraza y tu ascensor,
de hacerte todo lo que la poesía nunca se atrevió a decir, dejando de ser oficial y caballero.

Ahora
que el invierno me ha pillado de lleno,
ahora que debo pagar mis deudas,
ahora que todo me pasa factura,
busco
cómo escapar
de este laberinto dentro de un manicomio en el que han robado las bombillas.

Demasiado consciente de que no hay salida fácil de este desierto
salvo recorrerlo,
con los dientes apretados y en el puño la espada,
que no cabe equipaje en esta travesía
donde va ha haber
demasiados heridas,
cicatrices,
daños colaterales
a quienes amas o deseas amar o simplemente pasaban por allí.

Por eso,
en momentos como ahora
que consigo escamotear
a este inefable tráfago de días y sonrisas,
me doy el gustazo de ponerme triste.
No me puedo acordar de ti
por razones arriba mencionadas,
pero me acuerdo de mí,
de lo que era,
de lo que fui
y de lo que he dejado de ser.

Duele que no duela,
duele que no duelas.