No encuentro la paz que tanto necesitaba, y vivo de urgencia en urgencia, demorando lo que tengo entre manos hasta que empieza a quemar y lo voy soltando, casi sin mirar dónde puede caer. Tiempos que no me gustan, yo que todo lo quise tener bajo control y ahora me conformo con que no me exploten demasiadas cosas cerca.
Y pese a esta falta de tiempo y de paz y de munición y pertrechos y tropas para esta marcha sobre el Moscú más invernal de los últimos tiempo, a veces surge un oasis, una singularidad, una fluctuación estadística que me permite disfrutar del silencio de tu voz, del tiempo de tus cerezas. Tiempo para malgastar caminando suavemente hacia una fuente, que no todo han de ser pastillas para no soñar.
He perdido la esperanza de que me salven, parte del coraje para empuñar la espada con fe y oficio, he perdido las ganas de perderme y que encuentres, que me encuentren paseando por las calles de un Madrid nevado y solitario mientras trato de ahuyentar fantasmas del pasado, recordar con minucioso detalle todo lo que nunca ocurrió porque acabé por mirar a tus ojos y vi un abismo al que temí caer, por aquello del miedo a sufrir con que la razón sujeta las riendas del corazón.
Por eso subo la rueda del desapego y me resigno a buscar sangre, sudor y lágrimas, pero deseo caminar de tu brazo entre las sombras de Madrid, contarnos las heridas y las mentiras que reservamos para casos como éste, cuando el mañana no es más que un lejano contrato y la habitación del hotel mantiene el mundo a raya de que nos hiera de nuevo.
Son cosas de la vida, que no pasan pero ocurren de vez en cuando.