Empiezo a sentir mucha pena. Estos días no son para mí todo lo agradables que debieran serlo. El vacío se va adueñando cada día de más y más estancias en esta «casa tomada«, porque cada vez siento en el fondo de mis entradas que «ahora ya fue«, que intuyendo el asedio al que me voy a ver sometido he hipotecado los sentimientos para centrarme en sobrevivir. Y no me gusta nada vivir sin sentimientos, no soy nada sin amar, sin poder perseguir la quimera de ser feliz.
Todo esto lo he abandonado. Porque se avecinan tiempos duros y no estamos para dudas ni para alharacas, ni para aullar a la luna ni esperar tu llamada cuando tengas frío o te acuerdes de mí, cuando tenga yo frío o te olvide. Aunque no queda esperanza ya para salvarme. Ni esperanza ni anhelo, tan sólo miedo y manual de instrucciones para hundimientos generalizados, toque a rebato y demás ordenanzas.
Me duele, con todo lo que yo he sido, con todo lo que yo he sentido, con todo lo que he dado, ser ahora un avión en tierra, un palacio amurallado con las ventanas jalonadas de sacos terreros y armas aprestadas para el combate. Nada queda de lo que fue, de lo que pudo haber sido. Y lo peor es que ya no añoro lo que fue y no fue, ya no deseo huir y rehacer mi vida y tratar de ser feliz y perderme y no ser nada a tu lado. Ya no puedo, pero es que tampoco me apetece.
Y eso me duele. Me duele lo que nadie puede imaginar.
Quería
que me salvaras
y yo
hacer lo propio contigo.
Pero a mí
ya no me salva ni dios
y de ti…
de ti nunca supe nada