Tras un mes de diciembre penoso, hoy comienzo a ver algo de luz. Más que luz, comienza a bajar la intensidad del trabajo, aunque simplemente dará paso a otras tareas pendientes que voy retrasando «sine die» con la secreta esperanza de palmarla antes de de tener que rendir cuentas. Pero no tendré tanta suerte.
Estoy a 7 minutos de empezar mi última clase de este año, tras una pantagruélica visita al Hospital La Fe de Valencia (y no por la cantidad de comida física sino mental). Y no me quedan ganas de nada.
Hubo un tiempo en que odié mi vida más que ahora. No lo sé si lo hubiera hecho, pero sólo ansiaba buscar una vida sencilla, ya construida, e instalarme allí sin estridencias. Descansar. Olvidar. Aunque quizá mi innata curiosidad (inexplicablemente compatible con mi infinita pereza) hubiera acabado por complicar esa vida, por añadir objetos y obligaciones y retos, acabar por convertirla en un infierno como el del que deseaba salir.
Aunque todo salió mal, quizá principalmente por no intentarlo, por equivocar el objetivo, por no tener media noche, por tener que salir de ahí, que era lo que dictaba la razón.
Así que ahora, tras haber renunciado a la esperanza, sólo queda la resistencia. Me vienen encima tantos problemas que ni siquiera quiero huir. Sólo deseo que esto acabe, que termine la pena y quede sólo el dolor, y me dé tiempo a pensar de nuevo.
Y es que ahora, si apareciese una mujer de belleza y lealtad incomparables, tendría que decirle que me dejara a un lado. Que ya no soy nada ni nadie,que ya no valgo ni lo que aparento. Que tengo tres o cuatro dragones que matar, y que a eso no me puede ayudar nadie en este mundo. Que quizá, cuando acabe, sea alguien.
Pero en ese alguien seré más viejo, el tren ya no será ni siquiera un recuerdo y no sé a que altura estaré, posiblemente volando ya muy bajo.
Ahora no puedo. Aunque no lo parezca, ya estoy roto del todo, y los pedazos de mi corazón ni siquiera cortan porque el oleaje los ha batido hasta dejarlos totalmente romos. Que estoy asumiendo derrotas a un coste infinito que han dejado un agujero negro que lo va absorbiendo todo como un voraz monstruo devorador de energía, espacio y tiempo.
Que aunque no sé si deseo que me lo pidas, te tengo que decir que no. Como te he dicho, aunque no me oigas ni me leas ni me escribas, no soy ya nada.