Ya comienzo a oír a Andrés Suárez, preparando el concierto de finales de noviembre. Concierto para el que he comprado dos entradas (bueno, las tengo ya dos meses), concierto al que iré acompañado.
No me imagino a la persona perfecta, ya os digo que he agotado todas las reservas de esperanza de que me sostenían, y se acercan tiempos extraños (en cierto modo, como casi diría un Stark, se acerca el infierno). Pero creo que tendré en su momento a la persona adecuada para ir a un concierto; quizá en ese momento el menos adecuado sea yo. Me da pena el «ahora ya fue», demasiada pena como para poder ser una buena compañía en un concierto. Y eso que había mucho en mí, pero se ha ido rompiendo demasiado para acabar siendo lo que soy: un rompehielos viejo y abollado.
Supongo que la vida y los golpes y la experiencia nos hacen a algunos más cínicos, o con menos adornos, caireles y alharacas. Nos hacen más expeditivos, más centrados en lo importante y despreciando lo superfluo, lo accesorio, dejando los entorchados para jóvenes y soñadores que aún no hayan perdido la fe en la vida.
Por mi parte, rendido el corazón, no queda sino batirse. Necesito épica en vena, ya que apenas si queda corazón para ver las puestas de sol.
P.S.: Ahora leyendo «Así empieza lo malo» de J. Marías. Y debo leer o releer «El Príncipe», «El arte de la guerra», «Las 36 estrategias chinas», «No pienses en un elefante» y «Fuego y cenizas». Y alguna novela en inglés que me permita demostrarle a Bob que, como en los hobbits, hay más en mí de lo que parece.