La analogía no es la más acertada pero, como un vulgar aficionado a la estrategia militar, me siento como cuando Hitler desató la segunda guerra mundial. Se acerca el invierno, y tengo varios frentes abiertos, alguno de ellos no tan controlado como me gustaría, y la moral por los suelos.
Por tanto, y hasta que encontremos la panacea que cure esta preocupante ausencia de ilusión, no queda más remedio que usar los manuales pertinentes. Tengo que cerrar un par de frentes, y centrarme en los que objetivamente importan y garantizan la supervivencia. Pero nunca habrá retirada, ni ordenada ni sálvese quien pueda. Cuando digo cerrar un par de frentes es asegurarlos, controlarlos, dominar la situación y pasarle la pelota a quien la quiera coger. Con orden y concierto.
Me enfrento a esto sin absolutamente ninguna ilusión ni objetivo, simplemente con la experiencia y el resabio de 45 tacos de almanaque, y una necesidad de hacerlo todo como creo que es correcto, un manual de instrucciones vital que me ha llevado a aprender que hay que hacer lo correcto, aunque sea desagradable. Y uno siempre sabe lo que es lo correcto: lo más desagradable.
Dicen que la responsabilidad es directamente proporcional al número de situaciones desagradables que uno se ve obligado a manejar. En los dos últimos meses os aseguro que me he ganado el sueldo bien ganado allí donde me lo pagan. Y donde no me lo pagan ha sido aún peor, parece mentira cómo el intentar hacer las cosas bien puede generar tantos problemas, aunque la situación general basta para explicarlo con creces. Esta plaza va sin cuartel, al precio que sea.
Y nada más, por ahora. Simplemente estoy cansado, y mi corazón se sienta a esperar el fin. A esperar un alien divino. A esperarte. Ain’t no sunshine when she is gone.