Empieza con fuerza, lleno de marrones y disgustos. El fin de semana sólo ha sido un paréntesis, y todo lo que arreciaba el viernes lo sigue haciendo hoy, esa deriva imposible de corregir y que no hace más que adentrarme en una vorágine que no puede acabar bien. Tanto, que el colmillo empieza a gotearme, y no es aconsejable para los que me rodean. Aunque también hay que darles batalla a los que esparcen el mal, la mentira y la inquina, los que queman la tierra mientras huyen de su ineptitud.
Y el resto de cosas tampoco andan bien. Todos los días tengo dos horas, aproximadamente, de soledad para pensar, mientras voy y vengo a Valencia. Hoy, entre el cielo gris y la lluvia y los problemas martilleando en mi cabeza y en mi teléfono y en el whatsapp, he sido consciente del enorme cansancio emocional que arrastro. Ya no tengo fe en lo que hago, en lo que vivo. Todo ha perdido sentido, todo se ha complicado y no le veo futuro absolutamente a nada. Ni siquiera quiero huir de los problemas, tan convencido estoy de que nada tiene solución. Por abandonar, hasta he dejado de desear echarte de menos, perderme contigo.