Me vas a explicar
qué hago yo ahora
con este desierto que me has dejado
en el fondo del alma,
en el forro del corazón.
Me podías dar algo de agua
para poder salir del mismo
sin morirme de tu sed.
Me podías contar,
siempre que quieras,
qué se hace cuando te pierdes
por equivocarte de mapa,
por buscar un país donde ponerle
de nuevo nombre a todos los animales
y a las rutinas y a los objetos
que pueblan las alcobas
y los aseos.
Me podías decir
que me fuera o me quedara,
que subiera o que bajara,
que saltara o que me hundiera (o hundiese);
que las señales que veo no son tales,
sino vindicaciones del destino
que se ríe en mis barbas.
Me podías mentir
y susurrarme
que todo va a ir bien.
Me podías despertar y besar
y reír y soñar.
Me podías…