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Se me acaban las vacaciones, con los remordimientos acostumbrados de no haber hecho nada. Ya me voy conociendo.

Llegan las fiestas patronales de mi pueblo y, también como siempre, no tengo ganas. Muchos toques de campanas, muchos compromisos sociales, trabajo y la ausencia de lenitiva, balsámica rutina que me hace tener que bregar ante los imponderables. Me esperan dos semanas moviditas.

Y, como este blog es sólo para quejarme, lo hago. Sigo perdido, desmotivado. Descentrado. Con una crisis vital descontrolada, sin razones para pelear, sin saber ya, a estas alturas de mi rimero de dudas e indecisiones, qué debo hacer. Si quedarme o huir, si pelear o rendirme. Si cambiar algo valdrá la pena, si hay manera de encontrar la pasión, la intensidad, la fe en lo que hago y en lo que vivo. Ahora mismo, en estos momento, me asusto de mi falta de mi fe en lo que hago y en lo que vivo, la absoluta, desoladora ausencia de razones para hacer o deshacer o no hacer, que todo es lo mismo y nunca lo es. Maldito asno de Buridán.

Sigo esperando una señal, en mis sueños, en tu cara, en tu ausencia, en tu presencia, el el cielo o en el infierno. Pero tras tanto errores leyendo señales en el agua y en las matrículas, ya soy incapaz de sacar nada en claro.

Me mantendré a flote un poco más. Igual se ven gaviotas o tierra o velas, aunque sean corsarias.

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P.D.: Me he leído dos libros más: Fluyan mis lágrimas de Dick y Brooklyn Follies de Auster. Este último impresionante. Tengo que sacar muchos párrafos destacados de ahí.