Hay muchas maneras de ganar una batalla o una guerra. Y de la misma forma hay muchas maneras de perderla. No todas ellas están están consignadas en los manuales marciales de táctica y estrategia, pero sí, ciertamente, están todas cantadas por los poetas.
Así pues, acordamos que hay muchas formas de rendirse. Algunas de ellas ni siquiera se advierten, ni siquiera se deja de luchar. Algo tan simple como dejar de creer en la victoria, en que es posible cambiar nuestra historia, nuestro destino. Abandonar la fe en la búsqueda de la felicidad, de la esperanza y, no obstante, seguir el manual de tácticas y estrategias y seguir peleando como antes. Simplemente porque somos cobardes para admitir la derrota, y nos engañamos enarbolando el pabellón en la batalla y vendiendo caro el pellejo, como mandan las ordenanzas.
Sí, hay formas de rendirse más terribles, más dolorosas incluso que la derrota. Dejar de creer en la esperanza, en el amor, en el futuro, en todo lo que es y será y, por qué no, en lo que fue. Rendirse en silencio sin dejar de luchar ante el respetable público.
Lo siento, maestro. Me falló la táctica y la estrategia, y mis intentos de recalibrarme no causan más que dolor. Fluyan mis lágrimas (dijo el policía).