En todas las películas de ciencia ficción hay un momento en el que los controles se vuelven locos y las medidas no son coherentes. Si ahora alguien consiguiera aplicarme unos medidores de mi estado vital, los resultados que arrojarían serían poco concluyentes. Todas las medidas estarían fuera de escala, con valores incoherentes, y científicos con batas blancas tirándose de los pelos, con la mirada perdida y gritando: «¡No puede ser, es imposible!»
Así estoy yo, sin ser capaz de tomarme el pulso, imposible asumir decisiones, cada vez más cansado, más perdido, más abúlico, sin ganas de nada. Y, cuando digo de nada, es de absolutamente nada, lo que no ayuda a levantarse por las mañanas y pelear.
¿Necesito vacaciones? Sí, pero no van a arreglar nada. Tendré que ponerme la escafandra y bucear, a ver si encuentro qué se ha roto, o cómo cambio todo esto para que aparezcan de nuevo brotes verdes. No es que me haya hundido, es que no me apetece salir del fondo.