Estoy aún en Madrid. Hasta el martes. Visita familiar.
Siempre me ha gustado Madrid. La conocí por Los Secretos, y deseé venirme a sus calles desde siempre.
Conozco a Madrid por las canciones, al Madrid de mis sueños. La he visitado muchas veces, y todas ellas me ha enamorado. Todas menos ésta, aunque supongo que la culpa la tengo yo.
Cuando antes venía aquí yo todavía tenía sueños, esperanza, posibilidades. Quería cerrar todos los bares, perderme en la calle Huertas, pasear, comer beber, besar, (a)Mar. Madrid enamoraba, perderse en sus calles sin nada que hacer salvo disfrutar de la soledad y su compañía. No había nada que hacer salvo vivir.
Esta vez la plaza Mayor estaba vacía sin ti, y estaba repleta de turistas, espectáculos chabacanos, chinos dando masajes, comercios sin personalidad vendiendo al turismo de masas los tópicos de los toros y la andaluza. Con 35 grados y un sol que caía a plomo, físicamente, sobre mi cabeza, eché de menos la Gran Platz de Bruselas, esa serenidad, ese respeto, ese turismo distinto que siempre he soñado.
No he encontrado paz, ni placer por sus calles, porque aun repletas estaban faltas de ti, o de mí. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. O será que yo he cambiado mucho, perdone que no le reconozca. Será el calor, el cansancio infinito de cuerpo y mente, la desesperanza lo que me ha hecho no poder degustar esas calles de Madrid. Habrá que encontrar el modo.