Acaba casi mi semana, con las típicas decepciones de quien sale a pelear, a jugarse todos los días el todo por el todo. En esta semana no me quedan fuerzas para escribir la poesía que me inspiraste, o la exacerbada crítica social que me da vueltas en la cabeza continuamente y que, de vez en cuando, «los malos» traen de nuevo a la palestra.
No obstante, esta mañana, mientras bajaba a Valencia, me he dado cuenta de lo roto que está mi interior. Siempre acabo quejándome de lo mal que estoy (y sé que no debía hacerlo), pero no me funcionan los sentimientos. No hay manera de que se despierten en mí todas las emociones que antaño me hacían latir con más fuerza. Esta mañana intentaba desear una nueva vida, una nueva aventura, una nueva esperanza. No lo he logrado.
Supongo que será el estrés, que últimamente está por las nubes. También los cien mil golpes con los que la vida y los sentimientos me han machacado, han destrozado toda la maquinaria y me han dejado siendo simplemente un hueco cascarón en el borde del acantilado.
Ahora mismo ni siquiera quiero amarte, con todo lo que yo te quise.