Siempre procuro ser correcto, aunque pierdo los papeles más veces de lo aconsejable, y puede que trate injustamente mal a quien no lo merece (Cuando trato mal a quien lo merece sigo pasándolo mal, no creáis).
El hecho de ser correcto implica que muchas veces hago por algunas personas más de lo que creo que se merecen. Lo hago quizá por educación, por corrección, o quizá por un concepto extraño de altruismo o lealtad. Y eso consume puntos de mi karma, de mi equilibrio interior. Esto tiene sobre todo importancia cuando ese favor implica repercusiones sobre objetos físicos: cualquier objeto que doy o presto a alguien cuando en mi fuero interno no creo que lo merezca. El karma entra en negativo, y debo, de una manera obsesiva, reponer ese objeto del que me acabo de desprender para restablecer el equilibrio emocional interior, el karma (lo del karma es casi un chiste: no creo en esas chorradas, pero a veces necesito restablecer el equilibro de lo que considero que hice mal. Todo eso viene de una serie tragicómica llamada «Me llamo Earl»).
En estos momentos tengo el karma material en la más absoluta bancarrota, tanto que tengo que alejarme para que no me arruine. Y el karma emocional también está escorado y el agua entrando por las escotillas de babor, por heridas que me infligen y que yo a su vez inflijo, aunque aquí no funciona la transitividad: el corazón tiene razones que la razón no comprende.
¡Feliz karma!