Hoy le entrada iba sobre otras cosas, pero los días cambian así, de repente. Y, cuando volvía de mi habitual reunión, me esperaba un viejo amigo sonriendo en la escalera.
Hace muchos años empezamos los dos en la universidad. Soñadores, rebeldes, contestatarios. Nos dieron palos y no perdíamos la esperanza de comernos el mundo. Él se fue, yo me quedé aguantando algo más de nuestra ración de mierda, y el tiempo pasó.
Hoy me ha contado su vida, y no le ha ido nada bien. Todo le ha costado mucho, todo le ha pasado factura, y creo que ha sufrido. Me ha dolido porque es una persona a la que aprecio, y la vida lo ha baqueteado sin piedad, un soñador más hecho pedazos por este inapelable destino.
También me he sentido culpable. Culpable de mis quejas banales, de mis tonterías, cuando hay gente que realmente está teniendo problemas de verdad, no puede asegurar sus necesidades mínimos. En esa famosa pirámide de Maslow, yo me quejo de la cúspide de mi pirámide cuando hay gente que a duras penas llega a la base.
Es mi obligación luchar por él. Tratar de ayudarle, de cumplir con mi obligación ya que yo he tenido mi parte de buena suerte.