Algún día me sentaré y escribiré mi libro:
Ella estaba enamorada hasta las trancas. Al menos eso le habían dicho sus amigos en aquella cena, aunque se negara a admitirlo. Tenían razón: estaba poniendo demasiado corazón en todo lo que hacía por él: el hotel del fin de semana, el regalo, el cine… Lo había hecho a gusto, cómo no, y a ella le apetecía, aunque le hubiese costado una pasta gansa, pero su respuesta, la de él, no podía haber sido más sincera (aunque no por ello justificable): «Hay algo, siento algo, mas no puedo comprometerme por ahora». Seguíamos viéndonos, seguía llamándome. Me gustaba. Aún así, los hombres son todos unos cabrones. El 95 por ciento sólo quiere sexo, y al otro 5 por ciento… «Si pillas a uno de esos no lo dejes escapar» dijo Patri. Y ahora me aconsejan que no me vaya a la playa con él. Si son los menos indicados para hablar…
Por ejemplo, Patri tiene también enamorado hasta las trancas a Migue, y no le hace ni puto caso. Quedamos como amigos y todo eso, pero acepta sus agasajos, sus regalos, su desesperación. Lo tiene ahí, como un perrito faldero, haciendo a la inversa lo que yo hago con Yago, gastándose su buena pasta porque el tiene curro y puede, pero ella no lo deja. Ahí lo tiene, agonizando de amor. Pobre tipo. No le dice: «Deja de adorarme, gilipollas». Y eso que es de su famoso 5 por ciento. O él, que ya podía darse cuenta de todo y dejarla de una puta vez, y venirse conmigo o con Ana o con cualquiera de nosotras. Pero no. Cuando caen en nuestras redes se quedan atrapados para toda la vida. Pobres seres: o los domina la polla o los atormenta el corazón. Los hombres son demasiado básicos, demasiado tontos. Tal vez demasiado hijos de puta.