Me las prometía muy felices…

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Esperaba que acabaran las clases, para que bajara la intensidad de la granizada. No ha sido así: la avalancha esta semana es tremenda, quizá porque intento, además, ponerme al día de todo lo que pospuse por flojera en el alma.

Lo único que me reconforta es el revuelo que se arma en determinados círculos sociales cuanto intentas cambiar las cosas. Hay gente que se toma como afrenta personal las críticas, y el miedo las atenaza, las vuelve recelosas y vengativas. Es lo único que todavía nos queda a los ciudadanos: el miedo, el miedo que tiene esta casta política a que alguien pregunte o exija. Por eso intentan acallar y abortar cualquier intento de cambio o de pensamiento, de los peores modos: están cagados de miedo.

Y poco más. Que, una vez asumidos los errores, las decepciones ya no son sino confirmaciones de que mi cabeza tenía razón, pobre corazón mío. No se debe racionalizar los sentimientos, diseccionar con microscopio el amor, porque el amor no debe ser analizado racionalmente: como sentimiento que es, bajo la luz de la ciencia se desmorona como un castillo de naipes.

Todo esto saca mi vena rebelde, combativa. Mi lado duro, que aparta de sí los sentimientos y se centra en hacer lo que debe. Algo triste. Es lo que tiene cuando pierdes la confianza, la ilusión. Cuando un día te levantas y «ya fue». Cuando esperas a alguien que no llega, que no te cuida. Quizá por eso haya cambiado mi look: para demostrarme a mí mismo que aun queda oficio para librar otra batalla con honor. Que todavía podría encender dos lunas en tu espalda.

rafa_cresta