Estos días me siento como quien lo ha hecho lo mejor que sabe, lo mejor que ha podido, y lo han derribado en el intento. No de manera injusta ni justa: derribado simplemente. Como si alguien atacara con un misil irresistible una guarnición, y no hiciera la más mínima mella: sólo te queda sentarte a jugar con un palo mientras preguntas «¿Qué ha podido pasar? Se suponía que eras un coloso, que era algo legendario». Todo, absolutamente todo falló, nada salió como esperaba, simplemente porque me equivoqué. Otra vez.
Así que ahí estoy yo, un poco sin saber qué ha podido fallar de manera tan estrepitosa, y sin saber qué hacer ahora. Si esto es lo mejor qué puedo dar, todo lo que sé y de lo que tan orgulloso estaba, ya nada tiene remedio. No puedo hacer otra cosa. Me falló la táctica y la estrategia, maestro. Igual me refugio en el Bosque de los Ladrones, donde van los perdedores.