Y un día te levantas y te das cuenta de que hay un gran vacío en tu interior. Sólo recuerdas que ayer había algo allí, pero eres incapaz de recordar qué. Todo lo que daba sentido a tus días ha desaparecido como por ensalmo, y ahora hay un gran vacío, una pregunta sin respuesta posible: ¿y ahora qué?
De repente se han perdido los motivos para huir o quedarse. Se han perdido los motivos. Ya no hay preguntas ni deseos ni sueños. Como decía el Eclesiastés, que todo es apacentarse de viento. Así que no hay ganas de nada: peligrosa situación. Peligroso esto de aceptar, de rendirse ante la evidencia.
Igual es porque estoy enfermo y agotado y estoy en niveles bajos de esperanza, que necesito una transfusión.
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