No es algo de lo que sentirse orgulloso, ya lo sé. Con esta patulea de políticos que tenemos, pienso que lo inteligente es huir de aquí, y quienes no podemos permitírnoslo, al menos no colaborar en mantener este marasmo.
He votado por cierta obligación moral con ciertas personas, porque como dije hace tiempo, hay gente a la que no le puedo decir que no, y me como mis principios y lo que sea.
Y aún así, aunque he ganado, considero que he perdido. Aunque en esta vida estoy tan acostumbrado a perder, por acción u omisión, que empiezo a pensar que es contagioso. Peto todo está bien si acaba bien, y la lealtad y la conciencia valen más que los resultados.
Pero no pude evitar oír a los políticos, sobre todos los locales, derramar con generosidad su promesas por todos los medios de comunicación. Meditando un poco, empecé a darme cuenta de un par de asuntos, asuntos que por otro lado, duelen. Primero, que los políticos apestan. Viven ajenos a la realidad, sin importarles lo que el pueblo quiere, vendiendo la foto y tratando de mantener la misma imagen de siempre, aun a sabiendas de que es irreal. Y nadie se pregunta por qué la gente se desinteresa por la política. Saben la respuesta, pero no les conviene oírla. Y la segunda: nos prometen dos tipos de cosas, las que debíamos tener hace tiempo pero no nos han dado (ni nos darán) y soberanas tonterías que conforman el Salsa Rosa de la política.
Estamos listos en este país. O lo que coño sea.
P.D.: Mañana un de mis pasiones secretas e inconfesables: John Wayne, que hubiera cumplido esta semana cien años.