Aquí estoy, aguantando el tirón una vez más, una vez menos. En una guerra que no es la mía, una más, aunque hace tiempo que no sé cuál es mi guerra. Y pese a ello sigo, no sé si por vergüenza torera, por compromiso o por convicción. Hace ya tiempo que no creo en lo que hago, aunque sigo haciendo lo que creo. El coste que eso implica es brutal, casi inasumible. Todo lo que hago, según mi cabeza, mi razón, mis principios, no está apoyado por el corazón. Y sostenella en ese caso es duro. Cuántos días reniego de los compromisos adquiridos, que me atan, que me agotan, que me enervan hasta dejarme vacío.
Pronto soltaré lastre, aunque mi conciencia me pide pelear dos asaltos más. Mis convicciones, mi método científico me pide intentarlo, tratar de contar lo que creo y aportar algo a este barco que navega sin rumbo.
Sería más fácil, mucho más fácil, abandonar. Centrarme en mí una vez en mi vida.
Estoy en una excelente, típica y tópica charla de ciencias sociales, que a ratos me recuerda en las citas a Gomaespuma. Cualquiera puede hablar de ciencia, sobre todo si no eres científico.
Estoy viejo y cansado, con el alma arrugada y ajada, y aun así mantengo firme mi espada. Pero ya no sé cuánto tiempo más aguantaré. Hasta que me rinda, voy a vender caros mi pellejo y mi esperanza.