«Se peinaba a lo garçon…»
Despertarse obsesionado con una canción («De haberlo sabido», Quique González), tras una noche incierta de pesadillas y carreras por los recovecos del alma, huyendo de lo que corre dentro de ti, con la enervante certeza de que todo está perdido.
Ahora preparo mi habilitación, otra vez sin esperanza ni voluntad, sólo por vergüenza torera pero sin convencimiento alguno. Lo que es una garantía segura para la derrota, lo sé hasta el tuétano de mis huesos, pero qué se le va a hacer. Es la vida, como dijo Gardel.
Pero cada vez tengo más ganas de abandonar. De abandonarlo todo. Cada vez encuentro menos razones para todo, menos fuerzas para luchar, menos ímpetu. Todo se está acabando y languideciendo. Debe de ser inmadurez, supongo que es la vida, real y descarnada, que está a mis espaldas royéndome los calcañares fiera, como a todos, y yo lo llevo cada vez con menos dignidad. A todo el mundo le pasa lo mismo. Si no, mi desgracia es aún mayor.
Por eso, quizá y espero que sea sólo por eso, cada día todos los sueños abandonados pesan más. Tanto, que me arrastran irremisiblemente hacia el abismo y tengo que recurrir a mis drogas particulares, a evadirme de una realidad que me azota día tras día y que yo me empeño en no aceptar.
Por eso, cuando ves uno de tus sueños tan cerca y te das cuenta de lo lejos que estás, no puedes sino sumirte en la melancolía.
Pero, por desgracia, no queda sino batirse. Hoy por hoy, rendirse es un canto de sirena.