Cuando entré al AMPA del CP Pintor Camarón de Segorbe pensé que, con mi trabajo y mis ideas, podía hacer algo por cambiar la realidad de una educación que no me gustaba. Ahora, casi dos años y varios desengaños después, me encuentro en la tesitura de hacer mutis por el foro y cerrar página o emprender una cruzada a sangre y fuego que acabará en nada y para nada. Y es que el panorama de la educación es desolador, terriblemente desolador.
Hemos asistido durante los últimos 25 años a una sucesión de reformas educativas que, según sus ejecutores, buscaban la excelencia y el éxito educativo, mientras la realidad nos demostraba de manera sistemática que las sucesivas reformas de la ley no respondían a motivos distintos que los políticos y económicos, brillando la educación por su ausencia, por su total ausencia. Y ahora, con la excusa de la crisis, hemos asistido ya a la agonía de un sistema educativo herido de muerte y abocado al descalabro. Nos encontramos con unos docentes desmotivados, que han perdido la sintonía con la administración y con los propios padres, con centros ahogados económicamente, que no pueden pagar el comedor, que piden dinero a los padres para fotocopias, padres que ya han hecho un desembolso, en un servicio público como es la educación infantil, para libros y material escolar. Unos padres que abandonan, y es un error, la educación de sus hijos en manos única y exclusivamente de un sistema educativo que hace agua por ambos costados, unos padres desesperados, desinformados y desilusionados. Y unos políticos, sin distinción de credo, sexo ni ideología alguna, que gobiernan para no sabemos quién pero no para nosotros, a los que la educación les importa lo justo para recabar votos, que no conocen ni les importa este mundo y que solo piensan en el corto plazo de las próximas elecciones, de devolver favores de arreglarse la vida para siempre, sin vocación alguna por el servicio público. Y si encima uno ve el programa “Salvados” y cómo quedamos en la comparación con el sistema educativo finlandés, a uno ya no le queda en el cuerpo muchas ganas de seguir adelante.
Hemos hecho muchas cosas mal pero nosotros, los padres, los ciudadanos, somos los primeros que debemos entonar el mea culpa. Hemos asistido impasibles, indolentes, a la rapiña de un país por parte de una clase política abyecta, analfabeta, corrupta, que ha aprendido a parasitar el sistema y a manipularlo de tal modo que ahora todo el sistema trabaja para mantenerlos. No hicimos nada. No fuimos responsables, ni de la educación de nuestros hijos ni de exigir cuentas a quien gestionaba el país. No hicimos nada cuando los sistemas públicos se degradaban por mala fe, inacción o egoísmo. Seguimos votando a los mismos. Me apuesto lo que queráis a que si PP o el PSOE pusieran en las listas electorales a Mickey Mouse, éste sería diputado; hasta tal punto ha llegado el esperpento, hemos perdido totalmente la capacidad de crítica y autocrítica.
Parece que a veces nos olvidamos de quién paga los servicios públicos, como la educación, la sanidad, la seguridad, las infraestructuras. No las pagan los políticos, las autonomías, o el gobierno: las pagamos nosotros de nuestros impuestos. De mi bolsillo ha salido ya el coste de la educación pública, así que lo que viene después no es co-pago: es re-pago. Olvidamos que un servicio, como su propio nombre indica, no debe ser rentable sino útil, y el coste lo asumimos los ciudadanos a cambio de que nos garantice esa utilidad cuando la necesitemos. Pero hasta eso hemos olvidado, hasta eso somos incapaces de asumir y seguimos dejándonos manipular por los que nos gestionan.
Podemos hacer poco contra este sistema enorme que nos ha fagocitado mas, por poco que sea, hay que hacerlo. Hay que recuperar el espíritu crítico, no creer nada de nadie, ni de los nuestros ni de los otros, y pensar por nosotros mismos. Y decidir que, si lo que tenemos no nos gusta, si nuestros políticos no están a la altura de este país, habrá que cambiarlos. No esperemos que los propios políticos enarbolen una regeneración política; nosotros, los ciudadanos, con nuestros votos, nuestras decisiones, nuestros castigos, somos los que debemos exigir la marcha de la actual clase política y confiar en una manera diferente de hacer las cosas. Más inocente o inexperta, pero más honrada. Quizá fracasemos, pero fracasaremos por nosotros mismos, intentando hacer las cosas algo mejor.