Todo sigue igual

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Acabo de leer a Reverte, en sus dos artículos de esta semana y de la pasada, y me entra la desesperante desazón de que todo sigue igual. Igual no: empeorando. Este país está muy jodido, porque hemos perdido totalmente el norte, el sentido de la realidad. Nos han vendido tantos cuentos por la televisión y los periódicos, nos han cercenado de tal manera la facultad de pensar y de criticar, han degradado tanto la educación, la ética y la cultura que no tenemos criterio para nada; somos un puro rebaño engreído y altanero que sólo cree tener razón. La cosa no puede acabar bien, no al menos con los criterios europeos con los que yo me rijo: Francia, Dinamarca, Alemania, los países nórdicos…
A uno no le queda más que soñar. Dedicarse a vivir y a los suyos, y perseguir cuatro sueños y morir en el intento, porque en esta mediocridad gris como una losa de cemento me ahogo y reniego y tengo que rebuscar todas las mañanas en los bolsillos una sola razón para levantarme y seguir removiendo la mierda de este país.
No huyo, pero lo haré. El cuerpo, el alma, el corazón, la cabeza me lo pide. Irme dos años a cada ciudad europea o americana y ver mundo, vivir sabiendo que todo se acabará y todo es provisional. Acabar volviendo a Ítaca, a la Ítaca desde la que partimos, encontrándola hirsuta, pobre y desvaída, mientras conservamos en los ojos las llamas del hermoso viaje, de las puestas de sol y de las gentes que se abisman en el olvido. Ítaca, España nos da hermosos viajes porque nos obliga a huir.