Estado del bienestar

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Oír la radio es lo que tiene: te agria la mañana. Como decía Reverte, de esta puerca casta política podemos esperar poco. Pero de ahí a que caigamos en sus trampas, creamos a pies juntillas sus mentiras y entremos en su juego, hay un trecho. Un trecho enorme en el que los únicos culpables somos nosotros, los ciudadanos.

Hemos estado trabajando durante mucho tiempo por el estado del bienestar. Por mejorar nuestra calidad de vida, nuestra sanidad, nuestra educación, nuestras infraestructuras. Para tener una mayor esperanza de vida, vivir mejor, tener más tiempo para disfrutar de lo bueno. Nuestro trabajo se convertía en riqueza para el país, riqueza que los gobernantes deben gestionar para mantener y garantizar ese estado de bienestar.

Y ahora nos vienen que ese estado del bienestar es insostenible; el aumento de la esperanza de vida, el bienestar que hemos ganado ahora nos condena a perderlo. Que toda la riqueza que hemos generado no es suficiente para mantener ese estado y que tenemos que seguir trabajando y pagando un poco más para estar un poco peor. ¿Qué hemos adelantado?

¿Dónde está la riqueza que hemos generado para mantener el estado de bienestar? ¿Cómo es que la han gestionado tan mal toda esa riqueza que ha hecho insostenible todo esto? ¿Para qué trabajábamos y pagábamos impuestos, para crear un estado de bienestar o para mantener una maquinaria egoísta, obsoleta, engreída y voraz que ha convertido a la población en un huesped que parasitar?

La riqueza sólo fluye en una dirección. Se concentra en grandes bolsas de dinero, mientras lo que trabajamos y la generamos somos más y más pobres. No es razón suficiente que digamos que no podemos mantener el estado de bienestar cuando hay gente que se enriquece desmesuradamente. Ha fallado el sistema, por una inexistente gestión, y están cargando las tintas, la culpa y el sobreesfuerzo sobre nosotros. Si somos culpables de algo, es de nuestra inacción.

La imagen que tiene el ciudadano hoy del gobierno es de un estado que no soluciona nada; que se dedica a extraer riqueza, esfuerzo, caudal, para mantener una estructura que no sabemos a ciencia cierta a quién sirve, pero sí sabemos a quién no sirve: no sirve al ciudadano, que cada vez tiene menos servicios y cuestan más caros de mantener.

Empieza a calar la idea de que si queremos salud, educación o infraestructuras hay que pagar por ellas, porque el estado, en su dejación de funciones, nos ha abandonado a los pies de los caballos, sin dejar de cobrarnos por ello.

Desgraciado el país que necesita héroes. Y hoy por hoy, necesitamos un milagro.