Repasando durante estas Navidades mi vida, creo entender el porqué de unas cuantas cosas. Con más de 40 tacos de calendario, con un trabajo más o menos asegurado (se ciernen sobre éste nubarrones, no obstante), con un techo profesional alcanzado, ya que la crisis ha cortado de raíz mi carrera docente. Sin posibilidad de cambiar de coche o aspirar a mi sueño de una casa mejor. Con la familia formada y lanzada y en marcha. Con la línea de la sombra cruzada. No tengo nada que hacer.
Por la crisis, por mi situación, ya no me quedan objetivos que seguir, playas que tomar, sueños que cumplir. Los que no maté yo los alejó la crisis. Sólo me queda envejecer sin objetivos, en este eterno sufrimiento de aquel que no sabe decir que no. O abro una vía de escape personal, o me ahogo en la nada.
Por eso no me extraña ya nada de nadie.
Ahora que