En fin, que 20 años no es nada, decía Gardel, pero yo ya llevo 44 a cuestas, y no sé con qué dosis de dignidad. Pesan, pesan en el alma sobre todo, porque el cuerpo lo castigo, para que no haga traición. Ha sido lo único que he sacado en claro de este hundimiento generalizado.
Me siento anímicamente como si se hubiera detenido este hundimiento del alma, yazgo en estos momentos en el fondo, y desde aquí habito y cohabito. En el fondo, sin ver demasiada luz a este roer fiero que a veces llaman vida y a veces historia.
Desde fuera, físicamente, profesionalmente, laboralmente, no me va nada mal. Tengo un buen trabajo, hasta ahora he logrado cobrar todos los meses (la cosa empieza a pintar mal), y lucho, lucho más allá de lo que aconseja la razón y el buen tino, (esta frase me la gastado Rajoy de tanto usarla para decir nada) sigo pensando que un hombre debe hacer lo que debe hacer aunque duela; de lo contrario mejor no hacer nada. Y sigo haciendo cosas. Sigo sacando rabia suficiente para tirar de mí y de todo lo que me rodea cada mañana, y prometo que el día que pierda las ganas de luchar me sentaré a un lado a no dar por el saco ni molestar. Pero sigo, equivocado o no, convencido de empuñar la espada y hacer lo que debo.
Demasiados años, con esa enfermedad que tengo, no sé si se llama pesimismo o melancolía, hidropesía o flato, de recordar siempre, sólo, lo negativo. Mi cerebro tiene un erizo tamaño trolebús que va recorriendo los recuerdos en medio de fogonazos de dolor y, cada día más, pensar y recordar duelen. Tanto, que dejé de soñar.
Gracias a todos. Hay gente a la que le debo un tesoro en mi vida. Con algunos de ellos comí ayer, con otros hoy, y me faltan un puñado de amigos perdidos y ocupados de los que soy consciente de que no sería nada sin ellos. Todos los días trato de recordar que soy mortal mientras desfilo, ni siquiera victorioso. Si alguna vez me engríe la soberbia, dadme una colleja y ponedme de cara a la pared.
Quien pueda demostrar que me ha leído, está invitado a café ;-).
Gracias